(Finiquitada la diarrea de felicidad navideña
intentamos acercarnos a la cruda. La
mediocridad de la realidad nos devuelve a la fantasía de la vida misma, sita en El Búho de la Sala.)
Goran, 2ª epístola
Goran llega a una
ciudad muy principal, se reencuentra con unos viejos camaradas y empieza una
noche de mucho brillo que incluye un cruce de miradas que presagian un
inquietante futuro.
Como ya te narré
en mi primera epístola, amigo Plinio, conozco la ciudad desde mis ya olvidados
tiempos de emprendedor de la noche, por lo que no me ha resultado difícil
encontrar la lujosa y confortable hacienda donde, más por deslumbrar a mis
proveedores que por necesidad de comodidades, pernoctaba en mis noches de
mercadeo. Y ha sido allí, en el parador, junto al mostrador donde recepcionan a
los viajeros, el lugar donde me tropecé con unos antiguos camaradas de sufrimientos y verbenas, siendo el encuentro
motivo de gran y ruidoso jolgorio por parte de unos y de otros: abrazos, risas,
gritos, saltos, palmetazos en la espalda, parabienes y alguna lágrima que otra arrancada
por la emoción de los recuerdos. Los recepcionistas, mozos, limpiadoras,
alguaciles y demás personal del establecimiento, así como otros viajeros que
allí estaban, nos miraron con desconfianza y sospechando que actuábamos movidos
por el exceso de vino o aguardiente. Qué bonito espectáculo de amistad entre
hombres. Después de quince minutos de saludos convenimos que en otros quince
minutos nos volveríamos a encontrar en el mismo lugar, una vez ya acomodados.
Subí a la habitación 666 que me asignó una bella señorita, caminando siempre
dos pasos por detrás de un mozo con chaleco que porteaba mi equipaje y que se
ganó, al finalizar el recorrido, una generosa gratificación de cinco euros en
billete sin que le exigiera ni cambio ni recibo, así de emocionado estaba yo.
Una vez en los aposentos, revisé la estancia con añoranza al recordar unos
tiempos ya pasados, me aseé y cambié mi ropa de viaje por otra más aparente,
todo ello en los quince minutos que teníamos como límite. Una vez reunidos en
el punto de encuentro acordado nos dirigimos a un local adjunto provisto de un
piano en el centro y de una barra acolchada por donde corren los licores en
anchos recipientes de vidrio. Era y sigue siendo, una taberna de altos vuelos. ¡Y qué ambiente, hermano! Y me vengo a
referir a la decoración, porque en lo tocante a la animación solo contaba con
la que aportábamos nosotros, los únicos que gozábamos de tan magnificas
instalaciones (abro paréntesis para decirte que no estábamos solos, hecho que
supe más tarde y que forma parte de la historia que sucedió con posterioridad);
instalaciones que están compuestas, como ya te referí, por un piano con su
concertista y todo, y que en el momento de nuestra entrada estaba interpretando
una pieza del incomparable Julio Iglesias
(...sabes mejor que nadie /que me fallaste.../ sabes a ciencia cierta/ que
me engañaste/aunque nadie te amaba/igual que yo.../Échame a mí la culpa/de
lo que pase...) Y así.
Aunque sin
vocalista y sólo con la tonadilla que salía del instrumento, logré entender la
tierna melodía, prueba de lo metido que estaba yo en el ambiente. También
cuenta el local con espejos detrás de la barra acolchada, desde
donde, por cierto, sirven los licores unos caballeros con chaleco negro, camisa
blanca y canas en las sienes; por lo visto los servidores más jóvenes y las
camareras los reservan para lo que llaman la "boat", como pudimos
comprobar más tarde. La luz de la elegante taberna no surge
del techo, como es la costumbre, sino de unas lámparas cortas y de color verde
colocadas sobre cada una de las pequeñas mesas redondas de madera oscura;
únicamente sobre el mostrador acolchado han tenido la cautela de
reforzar la intensidad de la luz, sin duda por ser donde se manejan
los dineros.
En ésta taberna
ideada para VIPS, que ya imaginarás docto amigo que yo ya conocía por mis
anteriores viajes, estuvimos una hora y quince minutos más, lo que suelen ser
dos bebidas, o tres, según el bebedor. Pagamos unos buenos duros por
los licores -es por lo elegante del lugar, se disculpó el mozo- y desfilamos
hacia una puerta que comunica directamente con la calle dedicada a un famoso lugareño,
evitando así cruzar los suntuosos salones del establecimiento, que dada nuestra
crecida jovialidad quizá hubiese resultado comprometido para los alguaciles que
velan por el buen nombre de tan reputado parador. Cuando ya iba a
alcanzar la puerta, mi mirada tropezó con una
figura sentada a una mesa y que sin lugar a dudas pertenecía a
una muchacha esbelta y de rostro agraciado que en ese momento, y por
la manera con la que paralizó mi mirada con sus ojos de tigresa, me
pareció procaz y descarada. Acontecimientos que viví con
posterioridad abrieron mi mente y me revelaron que no era procacidad ni
descaro, sino que formaba parte de la vida misma.
Sin más
entretenimiento salimos del local en
ruidosa camaradería, tal como corresponde a una cuadrilla formada en su mayoría
por españoles que fuman y beben y que libres de ataduras femeninas desean
ansiosos demostrar su hombría.
Y hasta aquí, de momento.
Con la íntima
esperanza de que podamos reunirnos pronto, un abrazo. Goran.
En una próxima entrega, Goran nos contará cómo,
después de ir de tapas consigo mismo, se adentra en la exclusiva boat