31 oct 2013

Moisés y los arrepentidos


Tenía que pasar. Alguien que se presenta para alcalde de su pueblo al grito de ¡os voy a salvar! tenía que creerse la fantasía de haber sido el elegido para “dirigir los destinos del pueblo”. Él, Moisés-Salvador. Lo ha dicho en el esperpéntico pleno del 28/10: llamado a dirigir “los destinos del pueblo”… No me canso. Se sabe que es un tipo arrojado, de un valor sin límites; él pronunció la histórica frase: “…esto de ser político se ha convertido en una profesión de riesgo. Hoy en día es más peligroso ser alcalde que minero” (SP, en el otoño de 2010). La minería es peligrosa y estos días lamentablemente se constata, pero él no conocer el miedo. Él, Moisés-Salvador, escudado tras informes jurídicos  pagados vía factura o vía nómina por el menguado tesoro municipal, se enfrenta al mundo entero si es necesario. Y si se enfrenta a todo un mundo con lo grande que es, ¡cómo no va a ponerle coto a una oposición que es un coladero! ¡Vaya que otro gol! Nunca nadie con menos escuderos se ha burlado tanto de tantos representantes populares. Vaya unos y vaya otros.

Cuando se escriba la historia de Monóvar de estos años va a faltar espacio para tantos nombres…a pie de página, el lugar que se han ganado. Un lugar pequeño, oscuro, en el sótano de la historia municipal, donde dormitan plácidamente unos políticos que parecen arrepentidos de ser concejales. Poveda cuenta y no para a quien le quiera oír: ¿Los socialistas en el gobierno?, de qué; están colocados con buenos sueldos y no se van a meter en el Ayuntamiento a ganar la miseria que ellos mismos han fijado. Es su baza, la de SP. Y su tranquilidad. Sabe que por muchas perrerías que haga, por mucho que boicotee el funcionamiento político del Ayuntamiento, por  mucha censura que imponga no le van a mover la silla. Poveda sabe que la oposición está arrepentida de estar y que solo espera oír el pitido final de la legislatura.

Mientras el establishment político espera sin agobios las próximas elecciones, a un servidor lo tienen en un sinvivir. En el último año electoral, 2011, voté tres opciones distintas en las tres elecciones que se celebraron. Por repartir juego. En las próximas, si no hay valientes que lo remedien…espero que sea época de playa.
_______________

En el Búho de la Sala:

Mientras Estrella del Rocío prepara un gintonic le pregunto sobre sus votos en las últimas elecciones. Si no es indiscreción, le puntualizo.

- Sólo voté en las del pueblo, Plinio. Las otras se me olvidaron o me pilló un mal día. Y en las que voté no estoy muy segura de a quién voté, pero sí te digo que votase a quien votase tengo cargo de conciencia. No sé si lo volveré a hacer.

El Búho se va llenando poco a poco. Cervezas, cubatas, saludos, risas y conversaciones inteligentes: que si el penalti que no se pitó, que si el frio que no llega, que si entra trabajo en la fábrica, que si fulanito se ha quedado sin curro, que si mi niña chica está resfriada… Rocío me llama con la mano, me acerco y con voz cómplice me pregunta: ¿Oyes de qué habla el personal? De lo que les importa, Plinio.

- Cuando lleven un par de cubatas y empiecen a hablar de lo que les preocupa, Rocío, ya verás como hablan de los políticos.




20 oct 2013

Besos perdidos


Busco aquí y allá un asunto de la vida misma, una historia de la vida real que sustituya a las ficciones de política pedestre y municipal que tanto aburren a todos menos a sus protagonistas. Algo excitante para publicar en MONOVER.COM. En esas estoy cuando tropiezo con una nota de la convocatoria de un concurso de relatos cortos impulsada por una bodega de vinos en la primavera de 2011. El tema central fue el beso.

Besos y vino, ¿quién mejora a quién? Sin otras cosas en que entretenerme le iba dando vueltas a esta bobada cuando entré a “El Búho de la Sala”, una taberna con futuro.

-Lo amargo de verdad es no recibir un beso –es Estrella del Rocío, la camarera del local, que tiene la inquietante facultad de leer mis pensamientos- Deja que te cuente una historia, Plinio.



Y contó así:

Próspero y Soledad se casaron a la muy prudente edad de treinta años él y veintisiete ella. Próspero, un joven inteligente y emprendedor, tuvo tiempo de llegar al matrimonio con una considerable fortuna que Soledad disfrutaba de manera ordenada y juiciosa. Tuvieron tres hijos: Junior, el mayor, aplicado en los estudios y futuro director de las compañías de su padre; Inés, dulce y hermosa como su madre, que tonteaba con Hereus, el hijo de unos amigos de la familia y propietarios de una centenaria bodega de vinos; y el benjamín, Alex, la alegría de la casa y el orgullo de su madre. Era una vida perfecta, sin sobresaltos. La familia se codeaba con lo mejor de la sociedad capitalina, les invitaban a fiestas, eran considerados por los banqueros, los proveedores  y por todas las boutiques de la ciudad. Soledad, con su hermosura y compostura, era la envidia de las señoras que querían pasear con ella por los jardines del exclusivo casino sólo para socios. Una noche regresaron a casa después de una fiesta benéfica y Soledad, como solía hacer, calentaba un vaso de leche en el microondas para su marido. Hoy no, querida, le dijo Próspero, hoy voy a dormir sin problemas, estoy muy cansado, buenas noches. Y le dio a su mujer un beso en la mejilla. Ella lo miraba en silencio mientras él  se alejaba buscado la salida de la cocina. Antes de que pudiera cruza la puerta, Soledad lo llamó: Próspero, quiero decirte algo. Él se detuvo, se giró y esperó a que hablase su mujer. Tengo cincuenta años, comenzó diciendo Soledad, y he llevado una vida muy cómoda, Próspero; tenemos una casa fantástica, un apartamento en la playa, coches, los mejores colegios para los niños, unos hijos maravillosos, nunca nos peleamos… pero quiero el divorcio, sólo el divorcio, no pretendo dinero, ni bienes, sólo un divorcio sin conflictos, como nuestra vida. Próspero la miraba en silencio, con el rostro serio, los ojos abiertos y húmedos y una pregunta que se le podía leer en los labios:

-¿Por qué?

-Por los besos, Próspero, por los besos
-¿Qué besos?
-Los que no me has dado, los que no nos hemos dado. Los besos de pasión, los besos que buscan los labios del otro, los besos que me comen la boca, los besos que absorben el alma y aceleran  el corazón. Por esos besos que no hemos tenido, Próspero, por los besos de una vida que hemos perdido por el camino es por lo que me quiero divorciar. Y porque aún los podemos encontrar, pero no aquí, no nosotros con nosotros.

Estrella del Rocío acabó en este punto  su historia y se dispuso a preparar un gintonic mientras susurraba… ¿Plinio, tú crees que los besos perdidos se pueden encontrar?
-No lo sé, Rocío, pero no conozco a nadie que haya recuperado un beso perdido. Han encontrado besos nuevos, pero recuperar una vida…

Plinio







Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...