Se formó en Monóvar
una muy pueblerina polémica a cuenta de la procesión y el alcalde. Hubo
procesión y hubo alcalde, ambos en la misma ruta pero cada uno a su aire. La procesión arropando al burrito en su
día de palmas y el alcalde emboscado
entre los músicos que amenizan la romería. Una fuerza viva de la localidad, el
alcalde, confundido entre el artisteo, entre la alegre muchachada que pone el
son a la fiesta; el cura, la otra
fuerza viva -más de lo que parece a la vista de las calles de Roma este fin de
semana- reclamando un alcalde en primera
línea de procesión por razones de cantidad. Músicos, dijo el cura, hay muchos,
alcaldes solo uno. Bueno, bueno.
Alcaldes, sin salir de España los hay a miles. Músicos, en cambio, según la
exigencia estética. Recuerden que a María
Isabel –“Antes muerta que sencilla”- hubo quien la llamó artistaza. Pero no
es esa la medida.
Son las religiosas unas discusiones buclerianas: tesis antítesis, tesis antítesis. Sin síntesis. Y
vuelta a empezar. Todo tan español, tan Don
Guido, tan ese gran pagano que se hizo hermano de una santa cofradía, tan
según qué día. Tan de aquí también.
Al final, los políticos calculan la cosa de los votos, qué les da qué les quita. Tengo
para mí que en este caso ni quita ni da. El juego está repartido y las posturas
tomadas. Además, para los que piensan que esto es importante: ¿alguien me
sabría decir, sin consultar en Google, cómo va esto de los alcaldes y las
procesiones en Madrid o Barcelona?