Tardes de verano
II.- PALABRAS DESCATALOGADAS
Las tardes de agosto tienen fama de contagiar la desgana. Por la
calina. Presumen de ser las ‘auténticas’ tardes de verano: amodorradas, planas,
soporíferas. Y eso es cierto sólo en parte, en la primera parte del mes. Luego
ya saben, las cabañuelas, los cambios de humor y el largo adiós al verano. Y es
que las palabras tienen eso, que las asimilamos a situaciones concretas que al
cambiar arrastran su memoria.
Un ejemplo: calidad
de vida.
La calidad de vida dejó de ser un valor cuando ya no pudo
ser una opción. Mientras estaba en nuestra mano hacer más horas extras, más
guardias o más visitas a clientes, mientras podíamos elegir entre ganar más
dinero o -desplieguen tópicos- dedicar
más tiempo a la familia, al ejercicio, a la lectura, a los amigos, a los
viajes, a uno mismo… la calidad de vida tenía el valor de ser una elección. El
valor de la libertad. Porque podíamos ganar menos dinero sí, pero –y aquí está
el meollo- lo que ganábamos lo íbamos a
ganar siempre. Esa era en realidad la calidad de vida: la tranquilidad.
Con la crisis, ni los trabajos ni los negocios, ¡ni los
empleos de funcionarios ni las pensiones!, están garantizados. Aunque ganemos
más de lo que necesitamos hoy, no sabemos si mañana ganaremos para acabar el
día. Fin de la tranquilidad, fin de la calidad de vida. Y nuestra máxima
aspiración: que nos quede, al menos, la
vida
Otro ejemplo: Pelotazo.
En los negocios legales y en los
ilegales, ¡qué más da! Con dos pelotazos como este tenemos pagado de por vida
el recibo de la luz. Era un braguetazo a la vida misma. El pelotazo, hoy, se ha caído de nuestro vocabulario, al menos el
pelotazo popular, el que estaba al alcance del vecino del quinto. Ahora, con
suerte, presumimos de pillar una chapucilla.
Otro: Concejal de urbanismo.
Hoy, en estos tiempos oscuros,
concejal de urbanismo lo es cualquiera. Incluso gente de bien. En los años del
pelotazo y de la calidad de vida siempre había un concejal de un partido
minoritario que ponía y quitaba alcaldes a cambio de la concejalía de
urbanismo. Eran tiempos, ¡oh témpora, oh mores!
Más ejemplos: Menú largo y estrecho.
Es una frivolidad, lo sé. Pero
también es un síntoma. En días de vino y rosas siempre había un menú largo y
estrecho para degustar. Es nuevo, te decían, de la escuela de Adriá. Nunca
conocí a un cocinero con tantos alumnos.
Total, remataban para seducirte, son 120 euros, lo que te va a costar
comer en cualquier sitio si te pasas un poco con el vino. Hoy, jornadas sin
vino ni rosas, calibramos el menú del día, y el vino lo mejoramos
con gaseosa de marca blanca.
Más: “Quita, quita, ni se te ocurra. Esta es mía”
La ronda. Esa costumbre tan
española de ofenderse porque no te dejan convidar. Es un espectáculo que
siempre me ha fascinado: con una sola mano sacamos la cartera del bolsillo y
los billetes de la cartera, mientras que con la otra espantamos otras manos voluntariosas
con sus billetes al aire. ¡Cielo santo, qué habilidad! Hoy te acercas, saludas
y antes de que te pregunten qué quieres tomar y entrar en el círculo de las
convidadadas, le pides al camarero un gintonic, de Larios mismo, y anda, cóbrate lo mío ya.
Puedo poner más ejemplos, pero no
me da la gana. Estamos en Agosto. Que lo disfruten
Plinio.