(Basado
en hechos ficticios)
Es Monóvar un pueblo muy puñetero. Lleno de buena
gente, pero muy puñetero. Un amigo forasté me explica el motivo: es que
tenéis un Casino imponente. Bueno, eso es verdad, le contesto, pero no veo la
relación. Claro, tío –se ríe-, es que tú eres de Monóvar.
Puede ser, pienso para mis adentros recordando un
episodio que según se mire le da la razón al forasté.
Fue la cosa que a un caballero de la localidad le aconteció un suceso sumamente antipático del
que muy poca gente tenía conocimiento; sólo parte de la familia y un par de
amigos íntimos entre los que me cuento, y ya me apresuro a decirles que
servidor es más bien de boca prieta en asuntos de secretos. Ni Torquemada me
saca a mí una palabra, y es tal mi fama que me he convertido en receptor de
múltiples confidencias aun sin proponérmelo. Todo el sucedido, ya les digo, se
llevó con extrema discreción. Comprenderán ustedes mi sorpresa cuando una
señora de edad por encima de la media y que conozco de hola y adiós me abordó
en la puerta misma del Casino y sin solución de continuidad me espetó: Hay que
ver lo de tu amigo Fulanito, ¡quién lo iba a decir! Quién lo iba a decir no lo
sé, farfullo, pero quién lo va a chismorrear, ahora lo tengo claro. ¿Fulanito?,
pregunto con ensayada indiferencia, no sé nada, ¿le ha pasado algo? Y es
entonces cuando me deja sin aliento:
-Pero hombre, si lo sabe todo el mundo.
¡Todo el mundo! Joder, pobre Fulanito, en boca de
todo el pueblo. Agacho la cabeza y camino pensando si poner sobre aviso a
Fulanito o dejar correr el asunto, y tan gacha llevo la cabeza que tropiezo,
por no ver lo que miro, con el otro íntimo conocedor del suceso. Le refiero mi
conversación de hace unos minutos, lo que por cierto me sirvió –van dos pájaros
de un tiro- para disculparme por mi ensimismamiento. Este amigo, el otro
íntimo, hizo la mili en Mahón, viajó un par de veces a Dinamarca y dice que
tres o cuatro a Nueva York y lee todos los periódicos que el Casino pone
gratuitamente a disposición de los señores socios. Un tipo preparado. Me abro a
él y le pregunto que qué hacemos, hablar o callar.
Calla, calla, me contesta. Y tranquilo, que si bien
es verdad que lo del pobre Fulanito lo sabe todo un mundo, no lo sabe todo
el
mundo. Pongo cara de qué, y sigue: la encantadora señora con edad por encima de
la media y que pasea por los jardines del Casino Nuevo (nuevo de 1880, eso es: “Pare
su reloj y véngase a Monóvar”) posee la sabiduría y el sentido común
-envidiable por el sosiego que te proporciona-, de fijar los límites del mundo en los susodichos
jardines, por lo que nada ajeno a ellos es de éste su mundo, y,
consiguientemente, tiene por mundo únicamente lo que abarca tan incomparable
marco, como era conocido este ajardinamiento por todos los cantantes y artistas
en general que en tiempos amenizaban las veladas en fiestas de septiembre. Una
vez lo dominas es fácil, se justifica al comprobar que mi cara no es de ¡aaaahh!
-¿Entonces? –pregunto
-Nada, que la gente es muy puñetera. Punto en boca
Ya más relajado, me pregunto si el puñeterismo es una característica de
éste pueblo o es un fenómeno universal. Supongo que irá por barrios. Y Monóvar
no deja de ser un barrio de ella misma. En cualquier caso, en ningún sitio como
en esta ciudad te preguntan con tanta intención…i tu de qui eres?, para
según de qui sigues adoptar según qué
postura. Esa vieja querencia de anteponer el fulanismo a las ideas…en España.
País de vacaciones.
Nota.- Como
queda declarado al principio, este relato es una ficción desconectada de la
realidad, por lo que no existe forasté
ni señora que me aborde a la puerta del Casino.
En realidad, servidor estaba pensando en unos políticos municipales que no consideran
parte del mundo aquello que no cuadra con sus intereses de partido o personales
y que siempre, en actitud de presenten armas, verifican de qui eres (dels meus o dels altres) antes de intercambiar una
opinión. Y como no me atrevía a decirlo con claridad por aquello de que uno
camina sólo frente a las poderosísimas maquinarias de los partidos, ha optado por jugar con la
parábola. Aunque ya ven, al final he quedado expuesto dejando sobradamente
demostrada mi capacidad para enemistarme con unos y con otros.
Plinio.