Lo del mercado. Llama mucho la atención que ningún partido
político, o mejor ningún político local, se pregunte en voz alta que lo del
mercado para qué. Discusiones,
energías consumidas, euros gastados, enfados y tensiones para construir en
pleno siglo XXI un establecimiento medieval. O poco menos. En su origen el
marcado está en plazas y calles, es una sana tendencia higienista la que mete en locales cerrados y
cubiertos los puestos de venta. Mayor limpieza, mejor ventilación,
amortiguación del frio y del calor y control de pesos y medidas. Ventajas para
los consumidores, y eso en el S. XIX. Eran otras épocas, ahora se encargan del
decoro las múltiples inspecciones y los mercadonas y compañía, estos no por su
benevolencia sino por su interés –A. Smith diría-. Objetivamente construir un
mercado de nueva planta es una iniciativa tan anacrónica como desafortunada fue la demolición de la antigua plaza de abastos.
Es humano que toda divinidad faraónica desee legar a sus súbditos una pirámide
con plaquita incluida; lo que no es comprensible es que nadie se cuestione, aun
sin combatir, la idea de la necesidad de una pirámide. No es suficiente, por lo
oído, adecentar y actualizar lo que hay. Que sea nuevo, qué caray. Servidor,
siempre abierto a nuevas emociones, está a la espera de argumentos que no sean
“es que lo llevamos en el programa” y la defensa de los comerciantes y tal. Ya
sí, pero…
De vuelta con lo asesores.
Fue curioso lo de Doña Deseada, concejal del Ayuntamiento de Monóvar y
defensora incondicional de su jefe. Es el caso que la edil manifestó su perplejidad
cuando un miembro de la oposición se refirió a los asesores como asesores del gobierno (local, se
entiende). Dijo que no. En un arranque de populismo chavista los nombro asesores…
¡del pueblo!, degradando a estos profesionales a un bochornoso nivel belenesteban, princesa del pueblo.
Señora, que son gente de valía. Pero lo anterior no deja de ser un tropezón
reflexivo de la concejal, el fondo del asunto es si el gobierno se deja
asesorar o no. Lo deseable es que los asesores lo sean del gobierno, que es
quien supuestamente nos gobierna y quien ciertamente tira de chequera. Los
demás, oiga, ya nos procuraremos nuestros asesores. En fin, fue un episodio
simpático en medio de tanto aburrimiento.
El triangulo de las
Bermudas. Hay un rinconcito en Monóvar que se engulle los euros y el cemento que es
un primor. Hablo de la zona cero; de donde la piscina, los pabellones y los
campos de fútbol. A veces pienso que se montó ese tinglado para que los
políticos tengan de qué charlar en los plenos. Son sus cosas, les entretiene.
Si algún día –no lo creo, pero oye…- no hay problemas en ese autentico
triangulo de las bermudas monoveras, los concejales se van a quedar sin tema de
conversación a la hora del pleno.
Hablando de plenos, la alcaldesa de Elda. Doña Adela amenaza sancionar a una concejal… ¡por no asistir
a los plenos! Sin duda, Doña Olga, que así se llama la ausente, estaría más
cómoda de concejal en Monóvar, la ciudad sin plenos. O casi sin.
Plinio