Segunda quincena de agosto y ya ven, ni una finca ocupada ni
un Mercadona asaltado. Dicen quienes están en la pomada que la partida del Gordillo se está
reservando para algo grande: el asalto a
la Roca (de Gibraltar). Se mantiene en secreto la intención última de la
banda, aunque todo indica que pretenden reconvertir la colonia en una reserva
donde poder aislar al cada vez más numeroso colectivo de corruptos hispanos -
pequeño lo veo- o bien rescatarlo de las zarpas británicas para crear un gran
centro I+D. El Silicon Valley español. El lugarteniente del Gordillo dice muy
serio que el ataque (acción la llaman ellos) se hará al grito de ¡Gibraltar andaluz! Para despistar, sin
duda. Aún hay tiempo, confiemos en nuestros clásicos para que nos amenicen el ferragosto del 14.
En verano se agradecen, por lo entretenidas, las historias
de bandoleros. Particularmente en Monóvar,
donde andamos cortos de divertimento en las tardes agosteñas. Es lo que tiene
Monóvar en agosto. O lo que no tiene: fiestas
del pueblo. Santa Bárbara no cuenta.
Aunque la santa del porchet procesiona
a finales de agosto, tiene la fiesta un penetrante sabor septembrino al ser la
semana tradicionalmente elegida para acabar el
veraneo en el campo. “Pa
santabarbera en el poble”. Tampoco debemos contabilizar las pedanías, no vayamos a ponernos en plan
señorito metropolitano y apropiarnos de sus fiestas, por mucho que pose el
alcalde para la foto junto a la reina que conoce. Es por eso, por la falta de emociones fuertes, por lo que
las tardes de agosto en Monóvar son tardes de verano de reglamento. Lo son
ahora pero no lo fueron siempre. Hubo una época, época del alcalde Peiró, que los barrios monoveros tuvieron una gran afición
festera. Recuerdo Santa Bárbara, La Goletja, San Roc, las fallas de Venta de
Blay y de la Cenia. El pueblo era una fiesta y nosotros más jóvenes. De todo
aquello solo ha quedado la fiesta del barrio de Santa Bárbara. Como tiene que
ser. Otra cosa sería una chulería impropia de una ciudad seria y laboriosa. ¡Y
que es mucho ajetreo para el confortable agosto de aire acondicionado! Así es
como hemos conseguido pureza de calendario, con un agosto soporífero,
dulcemente tedioso y con las fiestas fuera del casco urbano. ¡Qué aprendan!
Goran Smirnoff,
exmafioso de largo recorrido y que sabe tela de fiestas y fiestorros, pontifica
en la barra del Búho de la Sala:
-Como experto en saraos de todo pelaje, os hago notar la
diferencia entre fiesta y fiestorro. La primera es pública, con
alcalde, banda de cruzar el pecho y banda de tocar música, santo (o santa) muy
venerado (o venerada), con baile al son de la música oficial mientras se exalta
la belleza local y con mucho paseo callejero y ‘casinil’ para dejarse ver por
los vecinos. Todo muy pesado. De esa fiesta te libras en agosto, Plinio, de
unas fiestas que suenan a dulzaina y tamboril, a gigantes y cabezudos, a música
antigua y algo rancia. Tradición, lo llama la corrección política. La otra, la
buena, la fiesta de iniciativa privada, el fiestorro de tocata y fuga, esa suenan a según dónde y
cuándo. Habla, gramola. Clic clik
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N.B. En las rutas alternativas en busca de nuestra “Marsellesa”, les propongo
tres visitas rápidas en Madrid. En orden cronológico al sucedido de las cosas
1ª.- Palacio de Oriente, donde en la mañana del dos
de mayo de 1808, el maestro cerrajero Jose Blas de Molina, al grito de “¡que nos lo llevan!”, puso voz a un
pueblo que por primera vez se revolvía como nación.
2ª.- El lugar que ocupaba el Cuartel
de Monteleón, Plaza de dos de Mayo en la actualidad. Un
amigo bastante ingenuo, convencido de que se puede ser patriota y español
además de europeo y librepensador, me habló del Espíritu de Monteleón. Sucedió que el día en el que el cerrajero
advirtió del intento gabacho de secuestras al infante; aquel dos de mayo, le
dijo Pedro Velarde a Luís Daoiz, capitanes: “Es preciso batirse”. Los capitanes,
desobedeciendo órdenes superiores, lideraron la revuelta popular desde el
Cuartel de Monteleón. Murieron a manos del invasor, como otra tanta gente. Son,
como tantos madrileños, héroes del dos de mayo. Fue un levantamiento popular y
espontaneo, el personal se sentía parte de algo llamado nación, los reyes y sus
disputas dinásticas parecía (¡qué error!) algo superado. Se luchaba, ahora sí,
por un país y por su gente. Ojalá la otra guerra, la de las ideas, la hubieran
ganado los franceses.
3.-ª Montaña
del Príncipe Pio. Francisco
de Goya situa en este lugar su cuadro “Fusilamientos del tres de mayo”. El ejército francés arcabuceó sin piedad a
la resistencia popular.
(Un político recientemente incorporado a lo que él mismo llama ‘la
casta’, ha manifestado que lo mejor de la revolución francesa fue la
guillotina. Seguimos sin vencer en la batalla de las ideas.)
Plinio
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