4 ago 2013

Palabras descatalogadas

Tardes de verano


II.- PALABRAS DESCATALOGADAS

Las tardes de agosto tienen fama de contagiar la desgana. Por la calina. Presumen de ser las ‘auténticas’ tardes de verano: amodorradas, planas, soporíferas. Y eso es cierto sólo en parte, en la primera parte del mes. Luego ya saben, las cabañuelas, los cambios de humor y el largo adiós al verano. Y es que las palabras tienen eso, que las asimilamos a situaciones concretas que al cambiar arrastran su memoria.




Un ejemplo: calidad de vida.

La calidad de vida dejó de ser un valor cuando ya no pudo ser una opción. Mientras estaba en nuestra mano hacer más horas extras, más guardias o más visitas a clientes, mientras podíamos elegir entre ganar más dinero o  -desplieguen tópicos- dedicar más tiempo a la familia, al ejercicio, a la lectura, a los amigos, a los viajes, a uno mismo… la calidad de vida tenía el valor de ser una elección. El valor de la libertad. Porque podíamos ganar menos dinero sí, pero –y aquí está el meollo-  lo que ganábamos lo íbamos a ganar siempre. Esa era en realidad la calidad de vida: la tranquilidad.

Con la crisis, ni los trabajos ni los negocios, ¡ni los empleos de funcionarios ni las pensiones!, están garantizados. Aunque ganemos más de lo que necesitamos hoy, no sabemos si mañana ganaremos para acabar el día. Fin de la tranquilidad, fin de la calidad de vida. Y nuestra máxima aspiración: que nos quede, al menos, la vida

Otro ejemplo: Pelotazo.

En los negocios legales y en los ilegales, ¡qué más da! Con dos pelotazos como este tenemos pagado de por vida el recibo de la luz. Era un braguetazo a la vida misma. El pelotazo, hoy, se ha caído de nuestro vocabulario, al menos el pelotazo popular, el que estaba al alcance del vecino del quinto. Ahora, con suerte, presumimos de pillar una chapucilla.

Otro: Concejal de urbanismo.

Hoy, en estos tiempos oscuros, concejal de urbanismo lo es cualquiera. Incluso gente de bien. En los años del pelotazo y de la calidad de vida siempre había un concejal de un partido minoritario que ponía y quitaba alcaldes a cambio de la concejalía de urbanismo. Eran tiempos, ¡oh témpora, oh mores!

Más ejemplos: Menú largo y estrecho.

Es una frivolidad, lo sé. Pero también es un síntoma. En días de vino y rosas siempre había un menú largo y estrecho para degustar. Es nuevo, te decían, de la escuela de Adriá. Nunca conocí a un cocinero con tantos alumnos.  Total, remataban para seducirte, son 120 euros, lo que te va a costar comer en cualquier sitio si te pasas un poco con el vino. Hoy, jornadas sin vino ni rosas, calibramos el  menú del día, y el vino lo mejoramos con gaseosa de marca blanca.

Más: “Quita, quita, ni se te ocurra. Esta es mía”

La ronda. Esa costumbre tan española de ofenderse porque no te dejan convidar. Es un espectáculo que siempre me ha fascinado: con una sola mano sacamos la cartera del bolsillo y los billetes de la cartera, mientras que con la otra espantamos otras manos voluntariosas con sus billetes al aire. ¡Cielo santo, qué habilidad! Hoy te acercas, saludas y antes de que te pregunten qué quieres tomar y entrar en el círculo de las convidadadas, le pides al camarero un gintonic, de Larios mismo, y anda, cóbrate lo mío ya
Puedo poner más ejemplos, pero no me da la gana. Estamos en Agosto. Que lo disfruten


Plinio.

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