(1812-1814)
(1820-1823)
(1836-1837)
Constitución a ratos.
¡Qué país!
Siendo yo
joven, un bravo liberal curtido en mil debates de ideas me dijo con voz pausa:
“muchacho, esta del 78 es la mejor Constitución que hemos tenido los españoles,
pero mejor le iría a éste país si tuviéramos vigente y actualizada la de 1812”. Lo miré a los ojos y siguió
hablándome de la Pepa.
La
Constitución, la ley de la que maman
todas las leyes –me dijo-, no solo hay que valorarla por su contenido material,
es justo e inteligente envolverla en su momento histórico y, sobretodo,
enlazarla con la historia del propio país así como proyectarla en la idea de
nación que se tenga para el futuro. La
Pepa –continuó- supo estar en fecha y le tendió la mano a las colonias reconociéndoles estatus de
provincias, adoptó como propias las ideas
liberales del entonces enemigo francés y abrazó por primera vez el concepto
de separación de poderes y de Nación de ciudadanos. No olvidaron los parlamentarios de Cádiz la
tradición monárquica española, aunque, recodando el pasado y mirando el futuro,
acotaron la potestad del rey y declararon que la soberanía residía en la Nación y no en el monarca, convertido éste
en rey constitucional. La Pepa estaba concebida para que en el
gobierno de España se alternaran partidos
políticos de diferente tendencia ideológica, por lo que previó en su mismo
articulado una ley electoral que establecía el sufragio universal limitado.
Art. 1º: La Nación española es la reunión de
todos los españoles de ambos hemisferios
Art. 3º: La soberanía reside esencialmente en la
Nación, y por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el derecho de establecer
sus leyes fundamentales
Con infantil
ingenuidad, la Constitución de Cádiz obliga a la Nación a promulgar leyes sabias
y justas al tiempo que exige a los españoles ser justos y benéficos y amar a la Patria. No menos ternura produce la Constitución cuando le recuerda al
Gobierno que su objeto es la felicidad de
la Nación, declarando que el fin de
toda sociedad política no es otro que el
bienestar de los individuos que la componen.
Y entonces, cuando
parecía que los españoles habíamos encontrado el camino de la modernidad llegó
un rey felón, el traidor Fernando
VII que, fingiendo ser el primero en caminar por la senda constitucional, comenzó
siglo y medio de duelos a garrotazos
entre españoles.
Y es por
eso, chaval -concluyó el bravo liberal-, por lo que esta nación sería un país
mejor si hoy viviese la Pepa, significaría que llevamos doscientos años
sin salimos de la senda de la
convivencia libre y pacífica evitándonos así unas cuantas guerras civiles y
algún millón de españoles muertos a manos de otros españoles, aunque ello suponga
que Goya no pintase el “Duelo a garrotazos”.
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Las Cortes españolas,
reunidas en el único lugar de la España peninsular no ocupado por el ejército
francés, aprueban en Cádiz la primera Constitución española el 19 de marzo de
1808, sólo dos décadas después de ratificarse la de los Estados Unidos, la
primera Constitución escrita de la historia moderna.
La Constitución
americana sigue vigente, la española no logró sobrevivir al cainismo incrustado
en nuestros genes nacionales.
Plinio
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