1 jul 2011

La frase triste de la Plaza de la Sala en le pleno de qué hay de lo mio


Lo confieso, soy serrellista hasta las cachas. Serrellista de Serrello, no de su partido, al que no puedo votar por izquierdista y nacionalista. Y bien que lo siento, pero los entusiasmos tienen su límite y no me reconocería con la papeleta del Bloc mientras, pongo por caso, aplaudo con las orejas a Vargas Llosa cuando pone de chupa de dómine a los nacionalismos, a los intervencionismos y a las religiones. A lo que vamos: me enganché al `pleno de qué hay de lo mio´ que tradicionalmente inaugura la temporada, arrastrado por mi  devoción serrellista. Esperaba espectáculo. Estuvo flojillo, espero mejores mañanas.
Solo encuentro dos momentos memorables, ambos con Salvador Poveda de por medio. En el primero, Poveda saltó como un Muorinho local para presumir de fichaje sin acordarse de que Gines tenía asiento de sol. El de la calle Poveda estuvo brillante: paró, templó y mandó; y con una larga cambiada desmontó el que iba a ser un piropo del corregidor hacia su pupilo para llevárselo a su terreno y plantar un par en todo lo alto. Lances como este compensa soportar una reunión de políticos.  
Pero a lo que yo iba, y casi llego, es a una frase del alcalde. Se debatía el asunto de la `inserción laboral´ de los amigos (curiosamente el día del pleno de qué hay de lo mio me he tropezado con un articulo de Luis María Anson: “Zapatero: la larga y cálida tarea de colocar a mil paniaguados”). Pero hablemos de Monóvar: como digo, se estaba debatiendo -...el qué, ¿la decencia, la oportunidad, la necesidad...el qué?- de los `cargos de confianza´ con un Paco Picó sobrio y discreto, un Orgiles crecido porque tiene motivos y un Gines que, con ese desparpajo que la naturaleza le ha dado, critica lo que hace un par de meses practicaba. Asiento de sol, incomodo, populachero y demagogo. Es el Serrello que me gusta: el del “Arfonzo, dales caña”, que le gritaban al Guerra, Don Alfonso. Y en esto que habla Poveda y pronuncia la frase más triste de la mañana: “mire si somos austeros, Sr. Gines, que nos hemos ahorrado sus cinco liberalos”. Más o menos, y tan contento.
Es la institucionalización de la corruptela. Triste. Se acepta con normalidad que se coloque a los amiguetes como se acepta con resignación que se coloquen a los mil paniaguados de Zapatero. Triste. Y peligroso: las corruptelas se gangrenan y se convierten en corrupción, y lo que es peor, anestesian nuestra capacidad crítica y observamos como el que ve llover las maniobras en la oscuridad de constructores insaciables en el litoral levantino o la trama de corrupción institucionalizada en Andalucia. Triste.
Y lo más triste: las componendas se traman con dinero público. Dice el profesor Manuel Jimenez de Parga, expresidente  del TC, que los partidos políticos han evolucionado hasta lo que él denomina partidos de empleados. La afilición al partido político como un empleo, como una profesión. Con lo que ello supone de sumisión, de falta de crítica e iniciativa. Callar y conservar el empleo. Hasta aquí es soportable si la docilidad no nos cuesta dinero; ¡pero ay!, lo otro, la confianza de los cargos, se obtiene con dinero público. Y eso ya...oiga, ¿por qué no les pagan sus partidos?. Al fin y a la postre son sus jefes.
Este es el panorama que ven muchos jovenes al borde de la indignación. Uno de ellos, lejos de su país y empujado por el ardor veinteañero, me mandó un correo cuando, por Internet, vio el movimiento inicial del 15-M. Solo dos palabras: “¡Bien, España!”. Estar lejos es lo que tiene, que pronuncias “España” sin pereza ni complejos.
Sinceramente le deseo suerte y buen tino al alcalde y a todos, todos, los concejales. Y también a la ciudad: ¡suerte, Monóvar!
Provisionalmente, PLINIO

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