Lo confieso, soy serrellista hasta
las cachas. Serrellista de Serrello, no de su partido, al que no puedo
votar por izquierdista y nacionalista. Y bien que lo siento, pero los
entusiasmos tienen su límite y no me reconocería con la papeleta del
Bloc mientras, pongo por caso, aplaudo con las orejas a Vargas Llosa
cuando pone de chupa de dómine a los nacionalismos, a los intervencionismos y a las religiones. A lo que vamos: me enganché al `pleno de qué hay de lo mio´
que tradicionalmente inaugura la temporada, arrastrado por mi devoción
serrellista. Esperaba espectáculo. Estuvo flojillo, espero mejores
mañanas.
Solo
encuentro dos momentos memorables, ambos con Salvador Poveda de por
medio. En el primero, Poveda saltó como un Muorinho local para presumir
de fichaje sin acordarse de que Gines tenía asiento de sol. El de la
calle Poveda estuvo brillante: paró, templó y mandó; y con una larga
cambiada desmontó el que iba a ser un piropo del corregidor hacia su
pupilo para llevárselo a su terreno y plantar un par en todo lo alto.
Lances como este compensa soportar una reunión de políticos.
Pero
a lo que yo iba, y casi llego, es a una frase del alcalde. Se debatía
el asunto de la `inserción laboral´ de los amigos (curiosamente el día
del pleno de qué hay de lo mio me he tropezado con un articulo de Luis María Anson: “Zapatero: la larga y cálida tarea de colocar a mil paniaguados”).
Pero hablemos de Monóvar: como digo, se estaba debatiendo -...el qué,
¿la decencia, la oportunidad, la necesidad...el qué?- de los `cargos de
confianza´ con un Paco Picó sobrio y discreto, un Orgiles crecido porque
tiene motivos y un Gines que, con ese desparpajo que la naturaleza le
ha dado, critica lo que hace un par de meses practicaba. Asiento de sol,
incomodo, populachero y demagogo. Es el Serrello que me gusta: el del “Arfonzo, dales caña”, que le gritaban al Guerra, Don Alfonso. Y en esto que habla Poveda y pronuncia la frase más triste de la mañana: “mire si somos austeros, Sr. Gines, que nos hemos ahorrado sus cinco liberalos”. Más o menos, y tan contento.
Es
la institucionalización de la corruptela. Triste. Se acepta con
normalidad que se coloque a los amiguetes como se acepta con resignación
que se coloquen a los mil paniaguados de Zapatero. Triste. Y peligroso:
las corruptelas se gangrenan y se convierten en corrupción, y lo que es
peor, anestesian nuestra capacidad crítica y observamos como el que ve
llover las maniobras en la oscuridad de constructores insaciables en el
litoral levantino o la trama de corrupción institucionalizada en
Andalucia. Triste.
Y
lo más triste: las componendas se traman con dinero público. Dice el
profesor Manuel Jimenez de Parga, expresidente del TC, que los partidos
políticos han evolucionado hasta lo que él denomina partidos de empleados.
La afilición al partido político como un empleo, como una profesión.
Con lo que ello supone de sumisión, de falta de crítica e iniciativa.
Callar y conservar el empleo. Hasta aquí es soportable si la docilidad
no nos cuesta dinero; ¡pero ay!, lo otro, la confianza de los cargos, se
obtiene con dinero público. Y eso ya...oiga, ¿por qué no les pagan sus
partidos?. Al fin y a la postre son sus jefes.
Este
es el panorama que ven muchos jovenes al borde de la indignación. Uno
de ellos, lejos de su país y empujado por el ardor veinteañero, me mandó
un correo cuando, por Internet, vio el movimiento inicial del 15-M.
Solo dos palabras: “¡Bien, España!”. Estar lejos es lo que tiene, que
pronuncias “España” sin pereza ni complejos.
Sinceramente le deseo suerte y buen tino al alcalde y a todos, todos, los concejales. Y también a la ciudad: ¡suerte, Monóvar!
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