El Ayuntamiento de Monóvar ha organizado una ruta de tapas y olé. No nos
van a faltar bares para el camino, no. Buenos bares. Y como no hay amor más
sincero que el amor por la comida, que dijera Bernard Shaw, tampoco faltarán
voluntarios para tapear. A dos euros la tapa, dicen.
Lo que nos falta es oficio. Los lugareños somos más de
sentarnos a la mesa y compartir
platos. La tapa, en cambio, huye de la mesa como el gato escaldado huye del
agua fría. Y busca barra. Barra y
de pie, lo que favorece la bendita
libertad de arrimarte a la compañía de tu preferencia y esquivar aquella que te
incomode; que si importante es el qué se tapea, no lo es menos con quién. La
barra, bien es verdad, limita el grupo en número a no más de cuatro o cinco
tapistas. Si lo supera se desdobla el grupo en dos, con sus dos conversaciones,
y antes que después con dos rutas diferentes. Es incuestionable o a mi me lo
parece que la mesa anuncia un rato largo y relajado, con poco movimiento y hasta
su puntito de amodorramiento; mientras que tapear en la barra y de pie es como
estar precalentando para la próxima parada.
Como se ha dicho más arriba, somos los monoveros más
dados a las raciones, al “qué pedimos”; plural y consensuado. Ni nos planteamos
las tapas individuales, el “a mí me vas a poner...”, eso queda para las
copas de la tarde. Platos compartidos y tapas individuales tienen sus más y sus menos. Si es usted de los
que disfruta con la promiscuidad gastronómica, lo suyo son platos al centro
para compartir y picotear de aquí de allá y acullá y siempre en alegre
camaradería, que comer del mismo plato hermana a los amigos, amista a los
conocidos y apacigua a los enemigos. El inconveniente de compartir raciones
está en su elección, cuanto más numerosa es la reunión más paladares distintos y mayor dificultad para encontrar sabores en
común, siendo siempre menos conflictivo al principio de la fiesta que al final.
Las tapas, en cambio, te obligan a organizar los sabores con criterio, una
detrás de otra; y con el alma en vilo por si se te antoja más la tapa del
vecino que la propia. Tiene la tapa una ventaja grande: la toma de la comanda
es un acto individualizado exento de
negociación colectiva, lo que facilita la fluidez de la conversación sobre otros temas menos espinosos
como el fútbol, la política o la religión.
Y hasta aquí, que la prima, la
muy pécora, camina despelotada hacia los 600 y eso, más que una tapa, es un
tapón a la salida de la crisis.
Plinio.
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