Los sureños dirían que Plinio el Viejo, 56, fue buena gente. Imprudente, quijotesco y
visceralmente mediterráneo. Y buena gente. Claro, palmó. El Joven, 18, actuó
como un Plinio sereno, templado y aburridamente británico. Por supuesto,
sobrevivió. El mundo al revés, la
temeridad de la juventud la tuvo el viejo, y la prudencia de la madurez, el
imberbe. Pero gracias a su flema tenemos testimonio de primera mano del crak vesubiano.
Quiero resaltar un fragmento de la carta que Plinio el Joven le escribió a su amigo, el historiador Cornelio Tácito:
“Solo se oían los
gemidos de las mujeres, el llanto de los niños, el clamoreo de los hombres.
Unos llamaban de sus padres, otros a sus hijos, otros a sus esposas. Muchos
clamaban a los dioses, pero la mayoría
estaban convencidos de que ya no había dioses y esa noche era la última del
mundo”.
Digo yo que será por eso, porque en este país estamos viviendo lo que parece el último verano del mundo, por lo que
ha venido el Papa a reforzar la fe en un solo Dios, el suyo. Y digo yo, que ya
puestos, debería de haber visitado esta ciudad-pueblo
que soluciona la pérdida de más de un millón de euros con un “apunte
contable” o que le reclaman medio millón
de euros por errores contables de no se sabe bien de quién. Entre otras.
Y es que, amigo Navarro, estamos a diez minutos de suspirar
un “esto no hay Dios que lo arregle”.
Adiós. Plinio
No hay comentarios:
Publicar un comentario