2 jul 2012

Un pueblo tranquilo y eso



(A un amigo forasté que pasó un día por Monóvar
 y prometió volver cuando tuviéramos playa en el Casino Nuevo)


No es un pueblo grande ni es un pueblo chico, no está lejos ni cerca, no es famoso y tampoco anónimo. Vive más que deja vivir y es el orgullo de sus gentes cuando están lejos. Si viajas muy lejos y te preguntan de dónde eres, contestas que de un pueblo. Qué pueblo, quieren saber. No lo conoces, respondes en voz baja. Insisten y les das, por fin, el nombre. Mueven levemente la cabeza de un lado a otro mientras bajan la mirada. Tímido por si no es suficiente, les das una pista: está cerca de Tal y Tal. ¡Ah, ya! exclaman con un suspiro. Concluyes que conocen Tal y Tal pero que ni puta idea de tu pueblo. Con el orgullo herido les hablas de los próceres locales. De uno, es lo más. El que fue. Encoges los hombros y sentencias: como pueblo no está mal, tranquilo y eso. Te arrepientes al punto, sabes que no hay nada que ningunee más a un pueblo que la tranquilidad y eso. En un intento por arreglarlo dices que para vivir está bien, y antes de terminar adviertes que te has vuelto a equivocar y procuras darle la vuelta: también para ir de visita es un buen pueblo. Tu voz ya no resulta convincente, necesitas darle un vuelco a la conversación. Les hablas entonces de otros lugares, de lo bonito que es Barcelona o Madrid o Sevilla; que vean, que vean que eres más de mundo que de pueblo. Y es cuando sientes que te alejas de tu pueblo. Que lo escondes. Que lo niegas como un San Pedro.

Cuando te quedas solo, repasas. ¡Coño, si es que es verdad! Es un pueblo tranquilo y eso. Un coñazo. Negarás aun bajo tortura que has tenido esos malos pensamientos. Nadie que no se haya trajinado tres gintonics acepta que su pueblo es de mírame de lejos y no te acerques. Y si es necesario, iremos a la guerra. Es el pueblerismo, es esa reducción del nacionalismo. ¡Ah, qué viene a ser lo mismo! Sí pero. El nacionalismo se queda en los palacios oficiales y con los gastos de representación mientras que el pueblerismo se mete en la cocina. Una cocina que huele a pueblo, a comidas de cuchara de la abuela; a mesa puesta en las fiestas patronales; a sandia en verano, uva en otoño, turrón con mistela en navidad.

¡Maldita sea!, pones la tele y un programa, Conozca España o algo parecido, te cuenta que todos los pueblos huelen a comida de cuchara de la abuela y a mesa puesta en cada fiesta de cada pueblo. Desilusionado, piensas que los pueblos están fabricados en serie, sin alma ni emociones, diseñados para ser tranquilos y eso.

Te rebelas. El mundo es grande, te gritas en silencio. Abres el portátil y en Google Maps escribes: mundo. Nada. Lo intentas con tierra. Nada. Con planeta. Nada. Quizá con universo. Nada. No están, no existen. ¡Adónde ir entonces!

Te rindes, te preparas un gintonic y esperas a que sean tres. Hablarás después del tercero ¡Y ay cómo te entiendan!

Cruzas la línea y vas por la cuarta copa. Largas más de lo que piensas. A ti, te lo cuentas a ti porque estás solo. No te gusta lo que oyes, y callas. Aparece un amigo, de los de verdad, de los que te cambian el gintonic por un café. Le cuentas, le lloras mientras él te mira en silencio. No existe el mundo en Google Maps -balbuceas-, ni la tierra, ni el universo; y yo con un pueblo de saldo, de zona outlet. El amigo del café toma aire, te taladra con la mirada y habla:

-Es la gente, imbécil. Lo que tienes que buscar es la gente

Plinio.

(PD.- Quizá me excedí, pero le prometí a mi amigo el forasté
que algún día tendríamos playa en el Casino Nuevo.
Otros prometieron convertir Monóvar en una franquicia del Paraíso
 y no les ha pasado nada por mentir.
Qué miedo voy a atener, aunque…es un amigo,
 no un votante incauto que me tiene llenita la nevera…)



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...