23 feb 2010

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Un trocito de la tarde del 23F

Los que tenemos edad recordamos qué hacíamos, dónde y con quién estábamos a las seis y media de la tarde de aquel lunes de enero. Es nuestro ´minuto Kennedy´, el momento en que asesinaron al Presidente y que los americanos con edad recuerdan con la claridad de una foto digital.

Estaba con un compañero de estudios dentro del coche, con la radio -la SER era lo más, casi lo único- muy bajita y repasando unos apuntes antes de entrar a un examen. Mientras hacíamos quinielas sobre qué tema podía caernos escuchábamos de fondo el monótono ´si´, ´no´, de los diputados, como si de los niños de San Ildefonso se tratara. Cerca de las seis y media se rompió la monotonía, hubo un rumor como si hubiera salido el gordo. Subimos el volumen de la radio y lo oímos: "todo el mundo al suelo". Y los disparos.

-¡Coño, esto es un golpe de Estado!
-O la ETA.

La voz trémula del periodista de la SER nos despejó  la duda: son Guardias Civiles. Es un golpe de Estado. Cerramos los libros, nos miramos.

-¿Qué hacemos?
-No sé, ¿suspenderán el examen?.
-Nosotros no nos presentamos, eso seguro. ¡Vamos a la cantina!.

Cuando estalla una convulsión política los españoles nos concentramos en la plaza que más se parezca a la Puerta del Sol o nos reunimos en el bar más famoso de las cercanías. Hace 29  años el campus era más pequeño, más familiar y podíamos aparcar en la misma puerta de la cafetería. Eso hicimos, y abrimos las puertas, el portón trasero y le dimos caña al volumen de la radio. Como un botellón de los de ahora. Compañeros y desconocidos se arremolinaron alrededor del coche-radio. Pasó cerca de una hora, las noticias eran confusas. Lo mejor era esperar novedades en el refugio de la casa.

Recuerdo el final del comentario de Fernando Ónega en la mañana del 24 de febrero:

-...buenos días, libertad.

Toda aquella vivencia se ha guardado en nuestro disco duro, y tampoco es cosa de estar dándole al on cada minuto. Esta semana tengo una comida con mi compañero de aquella tarde. Es posible que no comentemos la tarde y la noche del 23 de febrero de 1981. Por fortuna nos preocupan otras cosas.

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